martes, 5 de mayo de 2015

Novelesca Versión




Al escribir la entrada anterior di una vuelta por el barrio leyendo todo lo que se refería a la investigación sobre la forma en que murió Salvador Allende. Recuerdo esa fecha, siendo un adolecente, desde mi casa materna vimos a los aviones precipitarse sobre un punto fuera de nuestra vista, pero que sabíamos que era el Palacio de la Moneda y pensábamos que éste 
estaba siendo borrado del mapa y que, obviamente, los que se hubieran atrincherado en ella hace rato estarían ya muertos. Sin embargo cuando después y tras de un prolongado tiempo -- ya que el toque de queda impuesto desde un principio era feroz… una hora al día para comprar alimento -- pudimos caminar cerca de la Moneda vimos que el daño era menor…
 no quiero decir que no estuviera dañado, ni menos el interior ya que no se podía ver nada porque estaba cubierto a la mirada de los transeúntes.  Después supimos que el definitivo asalto fue de infantería desencadenándose el inicio de una negra noche. Al mismo tiempo, y es lo normal, supongo, fue construyéndose la clásica leyenda que se forma como una aureola alrededor del sujeto referido. Como la de Hitler y su huida en secreto, de Hernán Cortés que dice que no quemó sus naves, que Napoleón era enano, sobre Michael Jackson y muchas otras leyendas que nos cuentan que éstos personajes están vivos aún o que vivieron hasta morir de viejos. En fin. Mitos que se sostienen sin ninguna evidencia. Sobre Allende no tenía porque ser diferente, se tejió la suya… ese manto de duda que se crea alrededor de un personaje histórico.  Una de estas nos habla que un agente de Castro que pertenecía a su guardia personal que cuando vio que éste intentaba rendirse le dio un balazo en la nuca, es decir, por la espalda, y después escapó a la embajada de Cuba. Otra, que el presidente huyó protegido por los militares, vestido de mujer y que en la tumba no había nada... cosa que se desmintió cuando no hace mucho lo exhumaron. Leyenda menos, leyenda más. Sin embargo hace poco tuve un encuentro del octavo tipo cuando leí una larga crónica titulada “Chile, el golpe y los gringos” escrita nada menos ni nada más que por Gabriel García Márquez. Una crónica que comienza con una reunión en Estados Unidos entre la CIA y militares chilenos y continúa después en el tiempo hasta llegar a la muerte de Allende. Muerte con una narración digna de García Márquez, es decir de novela… porque tenemos claro que se suicidó, probado por la ciencia, y un hecho reconocido hasta por la familia. Sería de elogiar como lo cuenta, pero el problema es que lo da por verdad, como un hecho con fundamento... una foto del cadáver publicada en el diario El Mercurio de la época. ¿Con que intención? No lo sé. Aquí les pongo la parte fundamental del “cuento” teniendo en siempre cuenta que fue suicidio. Además lo subtitula “La verdadera muerte de un presidente”.

”Hacia las cuatro de la tarde, el general de división Javier Palacios logró llegar al segundo piso con su ayudante el capitán Gallardo y un grupo de oficiales. Allí, entre las falsas poltronas Luis XV y los floreros de dragones chinos y los cuadros de Rugendas del salón rojo, Salvador Allende los estaba esperando, estaba en mangas de camisa, sin corbata y con la ropa sucia de sangre. Tenía la metralleta en la mano. Tan pronto lo vio aparecer Allende le gritó ¡Traidor! y lo hirió en la mano. Allende murió en un intercambio de balas con esta patrulla. Luego, todos los oficiales, en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo. Por último un suboficial le destrozó la cara con la culata del fusil. La foto existe la hizo el fotógrafo Juan Enrique Lira del el Periódico El Mercurio el único a quien se permitió retratar el cadáver”  
Ufff. Digno de “Cien años de soledad” o “Crónica  de una muerte anunciada” sin la menor duda, solo que no es la verdad. Lástima. Pero y a favor de Gabo, digo que siempre la verdad y la mentira se abrazan fuertemente confundiéndonos una y otra vez en su eterno baile de máscaras... sin embargo…



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Durmiendo con el enemigo                                       

Inconsecuencias 
Brujas chilenas dan en el blanco.

Pequeñas grandes mansiones.



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