Al escribir la entrada anterior di una vuelta
por el barrio leyendo todo lo que se refería a la investigación sobre la forma
en que murió Salvador Allende. Recuerdo esa fecha, siendo un adolecente, desde
mi casa materna vimos a los aviones precipitarse sobre un punto fuera de
nuestra vista, pero que sabíamos que era el Palacio de la Moneda y pensábamos que
éste
estaba siendo borrado del mapa y que, obviamente, los que se hubieran atrincherado
en ella hace rato estarían ya muertos. Sin embargo cuando después y tras
de un prolongado tiempo -- ya que el toque de queda impuesto desde un principio
era feroz… una hora al día para comprar alimento -- pudimos caminar cerca de la
Moneda vimos que el daño era menor…
no quiero decir que no estuviera dañado, ni menos
el interior ya que no se podía ver nada porque estaba cubierto a la mirada de
los transeúntes. Después supimos que el
definitivo asalto fue de infantería desencadenándose el inicio de una negra noche.
Al mismo tiempo, y es lo normal, supongo, fue construyéndose la clásica leyenda
que se forma como una aureola alrededor del sujeto referido. Como la de Hitler
y su huida en secreto, de Hernán Cortés que dice que no quemó sus naves, que
Napoleón era enano, sobre Michael Jackson y muchas otras leyendas que nos cuentan
que éstos personajes están vivos aún o que vivieron hasta morir de viejos. En
fin. Mitos que se sostienen sin ninguna evidencia. Sobre Allende no tenía
porque ser diferente, se tejió la suya… ese manto de duda que se crea alrededor
de un personaje histórico. Una de estas
nos habla que un agente de Castro que pertenecía a su guardia personal que cuando vio que
éste intentaba rendirse le dio un balazo en la nuca, es decir, por la espalda,
y después escapó a la embajada de Cuba. Otra, que el presidente huyó protegido
por los militares, vestido de mujer y que en la tumba no había nada... cosa que
se desmintió cuando no hace mucho lo exhumaron. Leyenda menos, leyenda más. Sin
embargo hace poco tuve un encuentro del octavo tipo cuando leí una larga
crónica titulada “Chile, el golpe y los gringos” escrita nada menos ni nada más
que por Gabriel García Márquez. Una crónica que comienza con una reunión en Estados
Unidos entre la CIA y militares chilenos y continúa después en el tiempo hasta llegar
a la muerte de Allende. Muerte con una narración digna de García Márquez, es
decir de novela… porque tenemos claro que se suicidó, probado por la ciencia, y
un hecho reconocido hasta por la familia. Sería de elogiar como lo cuenta, pero
el problema es que lo da por verdad, como un hecho con fundamento... una foto
del cadáver publicada en el diario El Mercurio de la época. ¿Con que intención?
No lo sé. Aquí les pongo la parte fundamental del “cuento” teniendo en siempre
cuenta que fue suicidio. Además lo subtitula “La verdadera muerte de un
presidente”.
”Hacia las cuatro de la tarde, el general de división
Javier Palacios logró llegar al segundo piso con su ayudante el capitán Gallardo
y un grupo de oficiales. Allí, entre las falsas poltronas Luis XV y los floreros
de dragones chinos y los cuadros de Rugendas del salón rojo, Salvador Allende
los estaba esperando, estaba en mangas de camisa, sin corbata y con la ropa
sucia de sangre. Tenía la metralleta en la mano. Tan pronto lo vio aparecer
Allende le gritó ¡Traidor! y lo hirió en la mano. Allende murió en un intercambio de balas con esta patrulla. Luego,
todos los oficiales, en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo. Por
último un suboficial le destrozó la cara con la culata del fusil. La foto
existe la hizo el fotógrafo Juan Enrique Lira del el Periódico El Mercurio el
único a quien se permitió retratar el cadáver”
Ufff. Digno de “Cien años de soledad” o “Crónica de una muerte anunciada” sin la menor duda,
solo que no es la verdad. Lástima. Pero y a favor de Gabo, digo que
siempre la verdad y la mentira se abrazan fuertemente confundiéndonos una y
otra vez en su eterno baile de máscaras... sin embargo…
También puedes leer: (hacar clic solo en el título)
Durmiendo con el enemigo |
Inconsecuencias |
Brujas chilenas dan en el blanco. |
Pequeñas grandes mansiones. |
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