miércoles, 19 de marzo de 2014

MI MADRE MURIO AYER.




 Sí, mi madre ha muerto… pero no murió el día que dejó de vivir, ella murió antes. Murió una tarde o una mañana o una noche en que sus sueños comenzaron a tornarse en imposibles. Cuando su mente lo entendió así y comenzó a naufragar y las voces del pasado se hicieron presente con más fuerza. Cuando éste se volvió más confuso y lejano. Mi madre murió cuando se olvidó de ella misma y se olvido de sí misma cuando sintió que la olvidábamos. Cuando sintió que los frutos no cuajaban de acuerdo a lo que ella soñó porque ella tuvo sueños los que se hicieron más grandes que su
realidad. Quiso ser en un mundo que no deja ser. Quiso montañas donde solo había abismos. Quiso claridad donde había solo tinieblas. Quiso mucho donde había tan poco. Mi madre murió ayer o anteayer... que importa ya. Ya no importa la fecha, los años, los tiempos, ella ya no está ahí donde siempre estuvo esperando. Tomo sus sueños vacios y se marchó con rabia con lo que no fue. Ella, una mujer enjaulada, amarrada en su propia naturaleza. Pensamos por un momento que nosotros, sus hijos, podríamos hacer algo por ella pero fuimos demasiados pequeños frente a ese vendaval, a esa avalancha que de alguna manera nos arrasó y nos apabulló con su fuerza. Qué podíamos hacer nosotros frente a esa montaña que se derrumbaba frente a nuestros ojos.  Qué hacer cuando un roble con sus raíces cansadas se derrumba. Solo levantar nuestras ridículas manos creyendo que podemos detener el destino de esos seres que arrasan con todo incluso con su propia vida. Mi madre se consumió como una brasa que se consume a si misma. Mi madre fue un ser que no tuvo principio ni fin.  Pero nosotros la vimos como una mujer más y no como la mujer que fue. No podíamos. Mi madre se marchó porque se cansó de arrastrar sueños inconclusos y por eso mismo eligió el día, la hora, el momento. Ella no quiso seguir y apagó sus luces y nos dejó sumidos en la oscuridad.

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