jueves, 13 de agosto de 2015

¡Dónde Estás Valentina!




   La eterna pregunta de… ser o no ser. Tragarse el orgullo y aceptar lo injusto por no perder lo tuyo, lo que te llena el corazón. 

      El titulo, debo reconocerlo no es mío, es de una niña de tres años llamando, en el atardecer, cuando la oscuridad invadía todo, a su prima de dos. ¡Dónde estás… Fernandita!


  Dos niñas que se criaron bajo un mismo techo desde que nacieron. Un techo propio para una y ajeno para la otra. Pero ellas no lo saben y solo se aman. Pero la dureza de corazón, el egoísmo, la intolerancia, la tozudez, la falta de comprensión, la avaricia,  la mala leche de los adultos… hacemos que una niña de solo tres años, llame al vacio… llena de pena, nostalgia y soledad a su compañera de toda la vida. ¡Dónde estás Fernandita!

  Y la maldad llenó el corazón de los responsables de su felicidad y rompieron el hilo de oro que las unía. Una juega sola lejos, pero en sus juegos incluye a su Valentina.  Sola. Sola.  Y no me cabe duda que Valentina, muchas veces, aunque a sus padres les moleste, le preguntara a la noche por su Fernandita. Aun tienen cuatro y tres años. ¡Qué maldad!

 Y la palabra… ¡es  mi hija!... saltó como un parásito, un alien devorando a estas dos pequeñas almas que se llaman mutuamente.  
  
No hay perdón… no hay perdón. Y en medio… éste viejo corazón que llora. Este viejo corazón que grita… dónde estás Valentina… porque Fernandita está a mi lado y me habla y me conversa y juega con su lejana Valentina. La nombra, le habla y me mata.

Ohhh… la maldad… oh… la maldad… la maldad es inmensa… ya no reconozco a mis hijas. ¿Tanto daño les hice para que fueran tan sin corazón?  Si, debe ser eso. Debo ser culpable y por eso estoy en esta cárcel dolorosa. Estoy pagando mis culpas mientras mi corazón aferrado a los tranquilizantes y posiblemente al alcohol, clama siempre... siempre... ¡¿dónde... dónde estás Valentina?!
  
La vida es lucha dice San Pablo y mi vida ha sido una lucha eterna y sigue siéndolo aun cuando ya tengo el pelo blanco y enfermedades a cuestas pero nunca me rendí a pesar que la vida siempre me tuvo de rodillas y aunque a escondidas posiblemente lloré muchas veces, mi paso no cambio su ritmo. Tenía a mis niñas y no podía darme el lujo de ser “rebelde” y debía seguir recogiendo migajas.

  Pero…  y aún no puedo creerlo… de las que nunca esperé, recibí el golpe más duro, definitivo y que logró invalidarme. Ya no tengo nada y lo peor… ya no tengo sueños, pero sentir este vacío me hiere de muerte y hoy, tan solo mi alma se atreve… yo ya no tengo fuerzas… a gritar. ¡Dónde estás Valentina!






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