viernes, 3 de abril de 2015

Cuando Chile Se Abrigó Con Ropa U S A




              Viendo un video donde entrevistaban al vicepresidente de Bolivia me llamó la atención uno de sus comentarios. Debo decir sin embargo que fue interesante oírlo. 
                                         Siempre hay una sana intención en el querer hacer surgir su país por medio recetas o estrategias, solo que en este caso viejas, añejas (no lo sabremos nosotros) conocidas, probadas y fracasadas. No sé que puede  tener de distinto Latinoamérica para que no pase lo que pasó hace décadas. Y más, creo que es la época menos indicada para eso ya que la gente se ha empoderado mucho del quehacer global a través de los redes sociales y de alguna manera ejerce sus derechos… creo que es la única vez en que se le ha escuchado, no lo pueden controlar, la queja se cuela por los resquicios que se han abierto con la modernidad. No se le puede engatusar de cualquier manera. Ahora, volviendo a las palabras de este señor, el problema, desgraciadamente, es ver que más adelante como esa…

 idea honrada e inspirada en buenas intenciones se va deformando hasta convertirse en algo absolutamente distinto. Dentro de todo expresado y es lo que me llevó a escribir esta entrada, éste manifestó su desagrado con la idea de que la gente de su país vistiera ropa usada. Se imagina, comentó el personero, qué tipo de infecciones traerá, que cosas habrán hecho con ella, que no era digno que un pueblo se vistiera con ropa vieja de otro. Yo no sé si está renegando de algo que ya sucede desde hace años, porque estando tan cerca de Antofagasta e Iquique donde entra todo tipo de mercadería y aunque no esté dirigida a Bolivia, parte de ella inevitablemente  debe entrar a ese país a pesar de su prohibición. Para salir de duda basta goglear un poco y encontrar información al respecto. De acuerdo a estudios a Bolivia entra de contrabando una cantidad de ropa usada con un valor de 40.000 millones de dólares, la mayoría de UUEE a través de nuestro país. En Chile hace treinta  que se vende ropa usada. 1985. En un principio era toda una vergüenza. La gente se cubría el rostro para entrar a elegir un excelente suéter, una cómoda gabardina, un abrigador pollerón. Todo nuevo, nuevo, nuevo. Con lentes y en horas de menor tráfico. Feo era usar la ropa de tu hermano, más feo la de tu primo ni pensar ir buscar un par de zapatos al Hogar de Cristo. Horror. Pero la situación era difícil además del orgullo chileno que no te deja ni respirar. Nosotros somos cinco hermanos. Es decir cinco de todo, posiblemente de menor tamaño y precio de acuerdo a las edades, pero igual sumaba. Recuerdo que uno de mis hermanos que ya estudiaba en un instituto superior de comercio nunca le perdonó a mi madre que le haya reacondicionado un terno de un tío con plata (como contador en ese tiempo el gordo se daba buena vida)  y no le hubiese comprado uno nuevo. Siempre el pantalón plomo del uniforme del colegio nos sacaba de apuros y la camisa blanca también. Mi padre cuidada su único terno como una joya y como lo usaba, obligadamente, solo en ocasiones muy importantes éste se mantenía incólume. No era fácil vestirse y las chaquetas brillaban en la espalda muchas más veces de las que  hubiéramos deseado. Posiblemente la ecuación estudio y un bien pasar, no estaba bien calculada en la familia, pero mi madre estaba empeñada en que fuéramos grandes hombres y aunque no lo fuimos, ella hasta su muerte nos consideró de la misma forma. Éramos su obra y estaba satisfecha. Y por qué me remito a describirla… porque es la familia que más conozco.  En ese tiempo, mucho más atrás de esos 30 años que se anotó más arriba, la pobreza era extrema. El verso de una de las más conocida poesías de Gabriela Mistral: “piececitos azulosos frío como os ven y no os cubren Dios mío” no era retórica ni ficción, era la verdad más cruda. Vi niños pequeños, siendo niño yo también, descalzos en pleno invierno, casi desnudos con la ropa hecha pedazos. No era fácil conseguir un trozo de tela para abrigarse. Los remiendos era cosa diaria entre la clase media. Era común dar vuelta la tela de las chaquetas dándole de esa forma una segunda vida. A ambos, al dueño y a la prenda. Los zapatos. Qué decir de los zapatos usados hasta sentir el cemento caliente en verano y el agua en invierno… pero dignos, siempre dignos. Y ese hoyito como un furúnculo comenzaba agrandarse. Solución: el zapatero. Entonces algo angustiado le pedíamos si fuera posible su arreglo para mañana o pasado, entonces el hombre nos miraba y al mismo tiempo con la mano armada de un filoso cuchillo, nos mostraba una larga hilera de calzados de hombres, niños, mujeres, esperado su turno de ser arreglados diestramente. Luego de una larga semana volvían estupendamente rehechos con una suela café brillante lo que nos daba una sensación de libertad por lo menos para cruzarnos de piernas sin miedo. En fin. Pienso que ropa usada chilena no existía porque me da la impresión que desde el momento que el afortunado que compraba la prenda, ésta comenzaba un periplo hasta llegar último de los familiares que una vez sacado de ella el último uso, es decir que ya estaba inservible, pasaba a ser la cama del perro. Trapero o estropajo. Ropa usada chilena... no. Hombres abrigados con sacos. Pequeñas ranchas cubiertas de nailon o plástico rodeaban el casco antiguo del gran Santiago, sin tomar en cuenta las ratoneras llenas de pobres llamadas cites, -- a cuadras del centro cívico lugar para tomar las grandes decisiones en razón del bienestar de los chilenos --, y  en donde se amontonaban sin ser vistos, porque este pasillo oscuro y burdo era cerrado por una puerta. Listo, aquí no ha pasado nada y el barrio se veía estupendo. Yo no sé pero a mí me dicen que Bolivia es un país que tiene una gran pobreza y no creo que sea de solo 30 años atrás, sino de siempre y es ahí donde no estoy de acuerdo con este señor Toledo. Nadie anda bien comido si es pobre, nadie vive bajo un buen techo si es pobre y obvio nadie anda bien abrigado si es pobre. Y llegó a Chile el día D. O el año D. 1985. Horror para la gente pudiente y desdeño para las grandes tiendas. Casa García. Los Gobelinos. Pero asombro para la gente pobre. Antes que la clase media se acercara a estos locales por vergüenza... el pobre, receloso de una nueva frustración vio que si podía comprar con sus escasos pesos un pantalón para él y una camisa para el niño. Y le buscó hoyos y no los encontró. Y les buscó manchas y no las encontró. Y buscó la trampita y no la hubo. Y lentamente la desconfianza comenzó a disiparse y también el frio. “Todo eso que está en el canasto está 100 pesos” Y seguramente más de alguna madre apretó nerviosa las cinco monedas de a cien pensado en su hija.  Y de a poco los inviernos no fueron tan inviernos. Posiblemente el cite ya no era tan incómodo y la lluvia ya no lloraba sobre el plástico sino cantaba ahora cuando las frazadas cubrían esos cuerpos cansados de sufrimientos. No puedo decir que se veían muy a la moda o elegantes, es más, algunos parecían payasos con esas anchas chaquetas gringas con la bandera de estrellas en su espalda, pero estaban abrigados y el calor alegra el alma. El país tiene que cuidar a sus ciudadanos y Chile fue capaz de abrirse a esa importación no tradicional para abrigar a su gente. Sin vergüenza, sin pensar que muchos se iban a enriquecer con eso, pero que un pobre estuviera abrigado valía más la pena que pensar en eso. Lo feo no es que esté la ropa usada… lo feo es que necesitándola, no esté. Pero me alegro que las palabras del señor Toledo sean eso nada más, palabras, porque según leo es importantísima la cantidad de ropa usada que entra a su país… con y sin permiso. Si no somos capaces de abrigar a nuestra gente por nuestra cuenta, hagámoslo a cuenta de otros… eso es lo único digno.      

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