lunes, 23 de marzo de 2015

Un Dulce Chile.





 Hace años, un día cualquiera me dijeron. ¿Qué le pasa que está más flaco? Humm… extraño, pensé porque me estoy alimentando tan mal como siempre. Mucho pan y cocacola con azúcar. El chileno sin pan no existe además de la cocacola. 
                 En mi casa de adolecente podría estar la mesa servida, pero como faltaba el pan, nadie se sentaba hasta que éste llegara. Entonces como decía… además de estar más flaco, ya hace días que tomaba agua como un verdadero camello destinado a cruzar el desierto de Sahara.  Una gran sed me invadía cada cinco minutos, agregando el constante cansancio y mareos intensos de tal forma que…

 una tarde casi me hacen caer por la escalera del metro y solo gracias un señor que me afirmó, si no la historia habría sido distinta. Me sentí viejo. Porque una cosa es serlo y otra sentirlo. Además cada noche al sentir que mi pantorrilla se acalambraba saltaba de la cama y apretaba con fuerza el dedo gordo del pie hasta dominar el inicio de un dolor casi insoportable lo que muchas veces no podía lograr cuando despertaba a destiempo para el ritual y solo tenía que esperar con los labios apretados a que pasara ese apretón brutal a mis músculos. Y ahí quedaba el recuerdo doloroso todo el día.  Me falta potasio, pensaba y comía plátano… sin saber que estaba apagando el fuego con bencina. No sabía que eso era consecuencia de la gran cantidad  de azúcar en la sangre y que ese estado ataca todo el cuerpo, pero curiosamente en primer lugar, las extremidades inferiores. Posiblemente me rondó muchas el coma diabético. Entonces un buen día, acompañado de mi señora, fuimos a un centro médico, modesto, pero eficaz. Me agrada, me acomoda, porque hay otros lugares con tanto brillo y caras serias y de mentón elevado que te sientes más enfermo. Exámenes en ayuna… la idea era echar una mirada general. Bien, todo listo, pero el médico se atrasó ese día. Así que el ayuno se extendió hacia la tarde. Cuando el médico leyó la cantidad glucosa en mi sangre y luego preguntó desde cuando estaba en ayuna. Desde ayer, respondí. Movió la cabeza. Se dará cuenta, me advirtió, - era extranjero, ecuatoriano me parece, además que el trato era distinto al petulante médico chileno - que con todo ese ayuno y si así y todo aún mantiene 230 de glicemia… debo decirle que usted diabético. Creo que en ese instante  alguien o algo abrió una ventana a mi espalda porque un frio la recorrió por completo. Solo atiné a preguntar para calmar un poco mi mente. ¿Debo tener miedo? No, respondió  y comenzó una explicación muy completa de lo que yo tenía que hacer y de los avances respecto a la enfermedad. Notoriamente extranjero... no había donde perderse. Qué triste que nuestros propios compatriotas médicos se sientan una casta especial. La nueva realeza. Pensar que en tiempo de reyes entraban, junto con los músicos, por la puerta de la cocina tal cual el despreciado jardinero. Bien... entonces me regaló varias muestras médicas de los remedios que a partir de ese día debería tomar para siempre. Para siempre. Un grillete cerrándose en mi tobillo. Ya pasado el miedo inicial te invade a uno, inevitablemente, la pena o nostalgia del tiempo que no eras enfermo y menos crónico. Dejar comer con libertad, tanto en tipos de alimento como en sus cantidades. Diez granos de uvas… después de haberse colgado del parrón y comer de él hasta hartarse. O de la sandia roja y fresca solo trozo del porte de puño. Nada. Bienvenido endulzante adiós azúcar. Pero con el tiempo todo va relativándose. Y para eso uno debe convertirte el mejor amigo del glucómetro, de los pinchazos en los dedos y de las tiras reactivas, caras como los diamantes, pero siempre, y como todas las cosa, hay resquicios para conseguirla “entre comillas” baratas. En el caso de la diabetes 1 es distinto. Esa es una cosa muy intensa para mantenerse en este mundo.  Así de simple. Es lograr el equilibrio sobre una cuerda a mil metros de altura. En la 2 es más la hiperglucemia que  puede llevar al coma. Yo solo hablo de mi experiencia y desde mi ignorancia del tema. Es más podría no haber tocado el asunto de mi enfermedad, pero lo siento como punto de partida para comentar que a partir de mi diagnostico uno tiende a preguntar, conversar, comentar sobre el tema. Es más a veces uno está comprando ya sea pastillas o tiras  al mismo tiempo que otra persona y se entabla una conversación. Y debo decir que es impresionante la cantidad de gente aquejada de este mal. Uno de los primeros fue un taxista que debeló o rebeló su secreto al saber el mío. Si. Porque cuesta confesar que se es enfermo. Menos de esto porque no es un simple resfrío. Hay cierta sensación de invalidez. No, gracias, no puedo, la verdad es que soy diabético. Y magia… basta esto para que se acerque una señora o un señor diciendo que su pareja sufrió de eso toda su vida. Otra, que sus abuelos murieron porque no se cuidaron. Que un hermano, un primo, un amigo, un tío, un jefe, una polola, la señora, etc. La verdad es que este mal es algo casi común. ¿Mala alimentación, stress a gran escala o/y angustia, enfermedad hereditaria, excesos? Yo debo confesar que me apunto a casi todo lo anterior. En fin… es un misterio, pero el control que se debe ejercer sobre ella no es un secreto. La norma es… de todo poco. En todo caso las dietas son bastante satisfactorias si uno puede llevarla a cabo y eso es lo difícil. No es fácil y además es caro, tener esa dieta precisa. No el plato común y corriente que siempre está sobre la mesa familiar. Pero fue y es, realmente increíble la cantidad de colegas de enfermedad que se dieron a conocer cuando yo pasé a integrar sus filas. A tal grado que me da la sensación que esa parte del himno nacional que dice “dulce patria” nos jugó una mala pasada.   




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