Hace años,
un día cualquiera me dijeron. ¿Qué le pasa que está más flaco? Humm… extraño,
pensé porque me estoy alimentando tan mal como siempre. Mucho pan y cocacola
con azúcar. El chileno sin pan no existe además de la cocacola.
En mi casa de
adolecente podría estar la mesa servida, pero como faltaba el pan, nadie se
sentaba hasta que éste llegara. Entonces como decía… además de estar más flaco,
ya hace días que tomaba agua como un verdadero camello destinado a cruzar el
desierto de Sahara. Una gran sed me
invadía cada cinco minutos, agregando el constante cansancio y mareos intensos
de tal forma que…
una tarde casi me
hacen caer por la escalera del metro y solo gracias un señor que me afirmó, si
no la historia habría sido distinta. Me sentí viejo. Porque una cosa es serlo y
otra sentirlo. Además cada noche al sentir que mi pantorrilla se acalambraba
saltaba de la cama y apretaba con fuerza el dedo gordo del pie hasta dominar el
inicio de un dolor casi insoportable lo que muchas veces no podía lograr cuando
despertaba a destiempo para el ritual y solo tenía que esperar con los labios
apretados a que pasara ese apretón brutal a mis músculos. Y ahí quedaba el
recuerdo doloroso todo el día. Me falta
potasio, pensaba y comía plátano… sin saber que estaba apagando el fuego con
bencina. No sabía que eso era consecuencia de la gran cantidad de azúcar en la sangre y que ese estado ataca
todo el cuerpo, pero curiosamente en primer lugar, las extremidades inferiores.
Posiblemente me rondó muchas el coma diabético. Entonces un buen día, acompañado
de mi señora, fuimos a un centro médico, modesto, pero eficaz. Me agrada, me
acomoda, porque hay otros lugares con tanto brillo y caras serias y de mentón elevado
que te sientes más enfermo. Exámenes en ayuna… la idea era echar una mirada general.
Bien, todo listo, pero el médico se atrasó ese día. Así que el ayuno se
extendió hacia la tarde. Cuando el médico leyó la cantidad glucosa en mi sangre
y luego preguntó desde cuando estaba en ayuna. Desde ayer, respondí. Movió la
cabeza. Se dará cuenta, me advirtió, - era extranjero, ecuatoriano me parece, además
que el trato era distinto al petulante médico chileno - que con todo ese ayuno
y si así y todo aún mantiene 230 de glicemia… debo decirle que usted diabético.
Creo que en ese instante alguien o algo abrió
una ventana a mi espalda porque un frio la recorrió por completo. Solo atiné a
preguntar para calmar un poco mi mente. ¿Debo tener miedo? No, respondió y comenzó una explicación muy completa de lo
que yo tenía que hacer y de los avances respecto a la enfermedad. Notoriamente
extranjero... no había donde perderse. Qué triste que nuestros propios
compatriotas médicos se sientan una casta especial. La nueva realeza. Pensar que
en tiempo de reyes entraban, junto con los músicos, por la puerta de la cocina
tal cual el despreciado jardinero. Bien... entonces me regaló varias muestras
médicas de los remedios que a partir de ese día debería tomar para siempre. Para
siempre. Un grillete cerrándose en mi tobillo. Ya pasado el miedo inicial te
invade a uno, inevitablemente, la pena o nostalgia del tiempo que no eras enfermo
y menos crónico. Dejar comer con libertad, tanto en tipos de alimento como en
sus cantidades. Diez granos de uvas… después de haberse colgado del parrón y comer
de él hasta hartarse. O de la sandia roja y fresca solo trozo del porte de
puño. Nada. Bienvenido endulzante adiós azúcar. Pero con el tiempo todo va
relativándose. Y para eso uno debe convertirte el mejor amigo del glucómetro,
de los pinchazos en los dedos y de las tiras reactivas, caras como los
diamantes, pero siempre, y como todas las cosa, hay resquicios para conseguirla
“entre comillas” baratas. En el caso de la diabetes 1 es distinto. Esa es una
cosa muy intensa para mantenerse en este mundo. Así de simple. Es lograr el equilibrio sobre
una cuerda a mil metros de altura. En la 2 es más la hiperglucemia que puede llevar al coma. Yo solo hablo de mi experiencia
y desde mi ignorancia del tema. Es más podría no haber tocado el asunto de mi
enfermedad, pero lo siento como punto de partida para comentar que a partir de
mi diagnostico uno tiende a preguntar, conversar, comentar sobre el tema. Es más
a veces uno está comprando ya sea pastillas o tiras al mismo tiempo que otra persona y se entabla
una conversación. Y debo decir que es impresionante la cantidad de gente aquejada
de este mal. Uno de los primeros fue un taxista que debeló o rebeló su secreto al
saber el mío. Si. Porque cuesta confesar que se es enfermo. Menos de esto
porque no es un simple resfrío. Hay cierta sensación de invalidez. No, gracias,
no puedo, la verdad es que soy diabético. Y magia… basta esto para que se
acerque una señora o un señor diciendo que su pareja sufrió de eso toda su
vida. Otra, que sus abuelos murieron porque no se cuidaron. Que un hermano, un
primo, un amigo, un tío, un jefe, una polola, la señora, etc. La verdad es que
este mal es algo casi común. ¿Mala alimentación, stress a gran escala o/y angustia,
enfermedad hereditaria, excesos? Yo debo confesar que me apunto a casi todo lo
anterior. En fin… es un misterio, pero el control que se debe ejercer sobre
ella no es un secreto. La norma es… de todo poco. En todo caso las dietas son
bastante satisfactorias si uno puede llevarla a cabo y eso es lo difícil. No es
fácil y además es caro, tener esa dieta precisa. No el plato común y corriente
que siempre está sobre la mesa familiar. Pero fue y es, realmente increíble la
cantidad de colegas de enfermedad que se dieron a conocer cuando yo pasé a
integrar sus filas. A tal grado que me da la sensación que esa parte del himno
nacional que dice “dulce patria” nos jugó una mala pasada.
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