jueves, 12 de febrero de 2015

Calor En Santiago.





                                               Es curioso como los santiaguinos no estamos acostumbrados temperaturas tan altas. Sé claramente que existen países tropicales que al medio día las personas deben buscar refugio en las sombras. Pero aquí no… a los más… caminar bajo algunos árboles para continuar más relajado y fresco el camino sobre el ardiente cemento de la ciudad. O bien parabas junto a un carrito multicolor y te hacías de algún refresco de mora o naranja. Es obvio que no solo es Chile que sufre este calor, que es una delgada franja de tierra que ya cae al mar, por lo mismo es una insignificante parte de este planeta. Dicen que el mundo se está secando, se está calentando, que algunas centésimas de  grados de más están haciendo estragos con los hielos eternos, que claudican en su eterna lucha por mantenerse eternos. Aunque nada es eterno porque estos, igual, pero lentamente y por medio de sus ríos helados llamados glaciares mueren en el mar convirtiéndose nuevamente, después siglos, en alegre agua. Pero puede que nuestra ubicación como ciudad nos mortifique más de la cuenta. Allá atrás, en los tiempos de Pedro de Valdivia quién dijo sí a la conquista de un terreno ingrato,...
lleno de enemigos duros y recios en la lucha, sin esperanza de oro y plata, solo tierra buena para sembrar y tener hijos. Pero no sin antes luchar por obtener un lugar en este rincón abandonado de la mano de Dios. Y cómo lucharon esos hombres… los primeros… ese grupo de soñadores con todo en contra por un destino duro y cruel llamado Chile. La hoguera donde se quemaron los mejores hijos de España según cuenta la historia. Chile para la corona era solo un lugar estratégico que se debía defender a toda costa… eso era todo. Cuando estos hombres agobiados por las circunstancias podían llegar al Perú – Gobernación, a la opulenta Lima a pedir ayuda ingresaban a ella en estado en extremo calamitoso por lo mismo los llamaron los rotos de Chile. Ni una sola parte de sus ropas estaba en buen estado… solo jirones de lo que antes había sido un traje o uniforme militar. Y aún hoy usamos en forma despectiva ese término, aunque muchos se lo merecen sobradamente. En ese tiempo este hombre glorioso vio un valle rodeado por cerros, montañas y la cordillera como una gran pared, protegido por lo mismo de los temporales, de los vientos, un valle donde corrían varios ríos y la flora era generosa y sintió, seguramente, que había llegado a casa. Santiago la llamó, recordado a una parte de su tierra natal… Extremadura. Santiago de la Nueva Extremadura. Y sobre una cerro de mediana altura y que los indios llamaban Huelen y que el Bautizó Santa Lucia enclavo su fuerte. Un bastión de piedra y roca que aún perdura como perenne recuerdo de esa época. Fácil es imaginar a esos hombres, con el corazón palpitante correr por esas piedras que hacían de escaleras hacia los cañones cuando una gran multitud de aborígenes intentan asaltarlos. Hoy es un paseo y donde el último cañón español resuena a medio día diciéndole a los presurosos santiaguinos que ya es medio día. Y aunque no fue fácil, aún más, angustioso, la historia lo cuenta así, pasó el tiempo y de fuerte pasó a aldea, de ésta a pueblo y de pueblo a ciudad y de ciudad la gran metrópoli que es hoy.  La Región metropolitana. La ciudad de Santiago de la que nadie recuerda su apellido, continua allí, en este valle encerrado por cerros, montañas y la eterna cordillera que vieron los ojos de Valdivia y que de seguro no podría hacerlo hoy, porque ese abrigo que suponía todo lo que la rodeaba pasó a ser su peor enemigo y que ahora la ahoga lentamente y enferma a sus ciudadanos cada día. Posiblemente el planeta se esté calentado, es posible que el uso indiscriminado de combustible fósil, la polución que emiten los habitantes y sus vehículos, la irresponsabilidad de todos frente a su ciudad sea responsable de este calor agobiante, pero la elección del lugar fue mortal, pero debemos reconocer que Valdivia no era adivino  y de acuerdo a la visión de esa época el lugar era ideal, no había viento que botaran sus casas, ni sus trigales, pero si hoy podría llevarse este humo que cubre Santiago y que la coloca entre la ciudades más contaminadas del planeta. En fin. Nada sabía el valeroso Valdivia del combustible fósil, ni de la gran población que invadiría su humilde aldea con todas sus consecuencias. Creo que como hombre instruido sabia de ciudades sobre pobladas de Europa... como París, pero al ver el intenso verdor que rodeaba el cerro Huelen ahora Santa Lucia y el reducido número de pobladores, débiles, temerosos, hambrientos solo con la esperanza en el corazón, no imaginó que crecería de tal forma. Pienso que solo imaginaba a Chile y no a Santiago… de haberlo hecho, seguro que había escogido un lugar cerca del mar como la Serena de la que se decía, en esa época, que tenía grandes selvas o Valparaíso con sus casas de caras limpias, encaramadas sobre sus cerros  y que miran, recordando posiblemente mejores tiempos, el mar. Digo yo.

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