lunes, 16 de marzo de 2015

¿Un Melón?. Sí, Pero Con Vino Blanco.



            Siempre me ha llamado la atención esa imagen tropical del coco cortado en su parte alta con hábil machetazo y luego entregado al hábido comprador con una bombilla plástica… obvio. Creo, aparte de esa morena con su cuerpo de sueño, que la imagen de un coco bebido bajo el sol del ecuador es un verdadero canto a la felicidad… del momento. 

                      Posiblemente como todas las cosas en un principio eso era solo comida de indios, de gente del pueblo. Coger un coco y abrirle un orificio al pie de la palma y beberlo como algo salvaje y tosco. Folklor. Aunque no ha dejado de pertenecer a él, ahora se lo ve en todas partes, arriba y abajo, ustedes me entienden. Sin embargo creo que si comprara uno aquí, en Santiago, no sería lo mismo. Solo allá, me imagino, tiene ese sabor tan propio. Pero aquí en Chile algo muy parecido está…


asomando lentamente. Tan parecido a esa tropical especie. Este fruto es redondo como él, con la diferencia que mientras más maduro, más suave, oloroso, fragante. Como digo, viene asomando desde los barrios y poblaciones o bien del campo ya siendo tradicional como parte del folklor tal cual lo es la humita, el pastel de choclo o el vino con harina tostada. Dejo claro que el origen de este fruto es asiático, pero definitivamente ya forma parte de América. Pero… lo novedoso de esto es la combinación, el coctel que significa este trago. Un fruto ya muy chileno con algo más chileno aún, no hablo de origen sino de costumbre. El vino. El vino blanco. El vino de caja. Nadie osaría verter dentro de este carnoso fruto un  Sauvignon Blanc envejecido en barriles de roble. No. Hasta el más ignorante de los bebedores se daría cuenta del gran pecado que eso constituiría. El melón con vino. Innegablemente es una bebida muy sabrosa además que a medida que baja el nivel de su contenido te vas alegrando sin darte cuenta. No sé si el coco produce los mismos efectos. Melón con vino. Trago prohibido en las playas. ¡Bótelo!... espeta el inmaculado oficial de la marina, muy serio, quizás como chileno con un tremendo cargo de conciencia cuando ve desaparecer en la arena tan alegre bebida. Una segunda vez, le advierte mientras el líquido continúa vertiéndose, le cargo una multa. Y tiene razón porque con dos melones en el cuerpo el festivo veraneante ya está muy porfiado y confiado que es lo peor y como supermán se interna en el mar sin volver más... y… si lo hace, ya no tomará melón con vino nunca más, posiblemente solo lo harán sus deudos a su recuerdo. Un marginal que está dando sus primeros pasos, siempre con algo de escándalo, sin embargo posiblemente más adelante se convierta tal como el modesto mote con huesillos el que ahora se sirve en mesas de mantel largo o en hoteles de cinco estrellas y lógicamente, servido en bandeja de plata. Ya se puede encontrar helados con su sabor. También pasó lo mismo con la cerveza en un principio dirigida solo para el pueblo que pedía los viernes o a la quincena un metro cuadrado de pilsener. Una mesa de restaurant, astutamente con esa precisa medida, repleta y de la cual nadie se retiraba sin vaciar la última de las botellas. Qué maravillosa expresión popular. Digo con escándalo recordado ese fin de semana en que alguien por facebook publicó una invitación para celebrar el día… ¡del melón con vino! Y… se realizó. Pura juventud. Quince mil personas. Un parque inmaculado quedó convertido en un basural. Horror civil. La próxima la promocionaron  en una parcela fuera de Santiago. No sé como habrá ido la cosa... tranquila creo, porque los diarios y la televisión no hicieron referencia a ello. Pero este bohemio melón con vino viene para quedarse. Me lo imagino más adelante en el tiempo en un vaso de cristal conteniendo esa carne verdosa y jugosa bañado ahora no del noble vino de caja sino un enperifollado Chardonnay o un Cabernet Sauvignon.  ¿Por qué no? Salud.  


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