lunes, 10 de febrero de 2014

UNA MADRE INDIFERENTE.


 La plaza centro del quehacer de pueblos y pequeñas ciudades.




Las casas a su alrededor se alejan pegadas unas otras cruzadas de calles según un antiguo plano colonial hasta formar una comunidad mezcla de lo rural y urbano. Casas de adobes muy bien hechas para...
soportar los embates del tiempo, con sus corredores que dan a la calle, anchos y con piso de ladrillos. Siendo el corazón de esta comunidad… la iglesia, junto con la alcaldía, el retén de carabineros, el correo, etc. Cada Domingo y en otras fechas la campana de la iglesia hacia oír su voz. Las familias acudían a misa. Familias que se preocupaban del bienestar de la iglesia y de los sacerdotes. Familias católicas, orgullosas de su fe, abastecían de alimentos a la iglesia. Los superiores eclesiásticos que acudían eran atendidos entusiastamente por estas familias. Misas los domingos, una Semana Santa llena ritos sagrados;  el santo rosario orado a diario. Familias con sus ancianos, padres, hijos, nietos, todos participes activos de la iglesia. Pero la vida es difícil y el diario quehacer logra que ese afán se calme y pronto muchas de estas familias se marchan. El deseo que los hijos estudien, que tengan un futuro mejor. El futuro que ofrece la modernidad. Liceos, internado, la universidad. Trabajos y empleos los llevan a alejarse lentamente de esa vida antigua. Ya no hay tiempo de ir misa. Los conocidos, los familiares, los cercanos de esta nueva realidad no asisten a ella, incluso hay una cierta reticencia de hacerlo. Es algo antiguo. Posiblemente ese acento espiritual se perdió entre las bocinas, las voces, la música, el ruido de las construcciones, el tránsito. Ya el sacerdote no se veía y no se le saludaba en forma habitual por las calles. Yo no era admirado y estimado por todos. Ya el campanario era una un ruido más entre otros tantos. En cambio otras voces, con otros tonos, con otra urgencia, se elevan sobre ellas. Sobre estas familias y sus descendientes. Otras voces hablan de Dios y de su amor por el ser humano. Otras voces llaman a estos desperdigados en una ciudad fría y dura. Voces cariñosas y cálidas, cercanas. Voces y manos tendidas en el momento preciso. Cuando el temor amenaza, cuando la angustia se hace una compañera inseparable, cuando el camino no continúa y frente a esos hijos perdidos solo hay un muro insalvable, esas voces bajan como palomas de salvación y en un abrazo tierno dan calma al alma. Entonces y finalmente esos descendientes de familias llena de fe e hijos de una antigua iglesia, madre indiferente y lejana, se entregan a otra fe, la que les hace sentir felices y seguros… nuevamente en casa.

Foto tomada de facebook

No hay comentarios :

Publicar un comentario

Bienvenido.