jueves, 2 de enero de 2014

AÑO NUEVO EN EL MAR. UN ESPECTACULO QUE PIDE DISTANCIA.


   Invitado por mi hija mayor fuimos a pasar el año nuevo a Viña del Mar. A esa aristocrática ciudad a contemplar los fuegos artificiales que la han hecho tan popular. Año nuevo en el mar, reza el lema que invade todo el ambiente meses antes. Viña del mar una ciudad...
 aristocrática de forma natural. Un gran terreno donado por alguna rangosa familia fue lo que le dio inicio. La exclusividad de la gente que acudía a ese sector a veranear y sus residentes hicieron de éste un lugar de privilegio. Es una ciudad elegante. Muy distinto al puerto vecino, Valparaíso, una ciudad puerto construida por los conquistadores españoles, marinos y mercaderes venidos de todo el mundo. Lugar de refugio y fuerte para defenderse de los peligros que siempre la acechaban. Un puerto historico y que hoy día mantiene esa esencia que lo vuelve cautivador y peligroso al mismo tiempo. El día 31 de diciembre todo estaba listo para iniciar nuestro viaje, pero un hecho transformó todo en inquietud. 


Un incendio forestal impedía el paso a los vehículos que se dirigían a Viña, tal como lo haríamos nosotros por lo tanto lo adelantamos cuando informaron que habían abierto otras rutas a los viajeros. Pronto el tránsito se transformó en una larga fila de vehículos que avanzó con lentitud tras la ansiada noche de año nuevo. Llegando a cierto sector alcanzamos a ver algunos árboles con fuego. Algo impresionante. Pasada la zona del incendio la policía dejó avanzar con más rapidez y pronto estábamos buscando donde estacionar, en un lugar atestado de visitantes, la formidable camioneta de mi yerno la que sin tropiezos ni fallos nos llevó a destino. Lo que nos pasó después es parte de la anécdota. Ahora solo quiero comentar sobre el efecto que me produjo ese tan esperado minuto en que todo estallaría en sonidos, colores y emoción. En que la noche marina se incendiaria literalmente pero no… incluso demoró después de los abrazos y tras varios minutos desde un barco frente a la playa donde las multitud miraba, se dio inició a la mezcla de luces, silvidos y explosiones. A ambos lados pero apartados del nuestro se veían otros también estallando en llamas. Pero la sensación de robustez solo la sentía frente a mí, en ese barco que literalmente era un florero de fuego multicolor. Aunque ese hecho era mágico, me di cuenta que la magia de esa noche marina no estaba solo en eso sino que en todo lo que lo rodeaba. El mar llegando a la playa con su espuma blanca como una sonrisa, las gaviotas con sus chillidos, la brisa que corre llevando y trayendo el rumor de la gente. El viaje, la espera, el mar azul frente a uno, con sus barcos repletos de bombas esperando las doce, el año nuevo. Esa es la magia de Viña y Valparaíso. Pero también me di cuenta que difinitivamante no es un espectáculo para verlo de cerca sino desde lejos. Se debe estar en un lugar donde la vista pueda abarcar en una sola mirada todo ese fenomenal hecho. Hubo gente que lo hiso y no bajaron a la bahía sino se quedaron en las colinas de donde se puede observar toda la costa y que en la noche es una constelación de luces que se eleva sobre el agua. Son los cerros, es decir, la ciudad misma y que está con sus pies hundidos en el agua. En todo caso las distancias son mínimas así que las explosiones se sienten tan cerca como si uno estuviera en la playa. Su esencia radica en que este magnífico espectáculo es de galería y no de platea.   


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