Por muchas
horas, días, años acompañé a este
escritor que hay mí, lo admiré y deseé que nos fuera bien. Cuantas veces
aplaudimos las hojas escritas, las escenas descritas y nos dábamos la mano
cuando guardábamos las cinco páginas que me exigía diariamente después de
terminar mi horario de trabajo. Lo admiré, si, cuando lo vi sentado con dolor
de cabeza tratando de escribir esas cinco páginas y sé también que
muchas veces
tuvo que darse por vencido. Pero ahí estaba el otro día y el otro para
sacudirse y olvidarse de esa frustración. Fue espectacular cuando inscribimos
nuestra primera novela en el Pequeño Derecho de Autor. Con toda su carga de errores
pero al mismo tiempo con toda su carga de ilusiones. Guardé ansioso la boleta verde
amarillenta que me dieron al pagar el costo de la inscripción y que por mucho
tiempo fue para mí un tesoro. Pero al
inscribir la tercera novela me di cuenta que solo era un trámite más sin embargo…
no menor. En algún rincón de una inmensa estantería en los solitarios sótanos
de esa institución… está mi primer manuscrito. El escritor que me habita. Fuimos amigos,
compañeros y a si, de esa forma, se nos fue el tiempo. Ese mismo tiempo que me mostró una realidad
que me dijo que de alguna manera había cometido un error. Mi amigo, mi compañero,
me arrastró en su vorágine de creación. Hojas y hojas escritas, novelas comenzadas,
otras a medias, además de los numerosos bosquejos. Sin embargo, creo que fue una época muy feliz…
la más feliz… me atrevo a decir. Mi cabeza hervía de ideas. De la noche a la
mañana desarrollaba en mi mente una novela completa. Yo, reconozco, ignorante y entusiasmado me dejé
llevar por la vocación llameante de éste, mi escritor y pronto tuvimos novelas
de ochocientas páginas como mi querido El Destierro y mi primogénita Serás como
los Dioses. Supongo que algunos manuscritos
llegaron a cerca de mil páginas y que finalmente, cuando me di cuenta que solo
eran unos dinosaurios, murieron como papeles viejos al entender que la cosa no
iba por ahí. Pero debo decir que fue una situación distinta lo que me llevó a
deshacerme de ellos y a silenciar a mi amigo escritor, pero eso daría para otro
post y el que pienso publicar más adelante. Otro de los detalles que me jugó en
contra fue escribir toda la obra y luego corregir. Un trabajo agotador y frustrante.
Aparte de escribir novelones. No entendí a tiempo que hay que ser práctico. Ir con los
tiempos… ya nadie lee novelones… no por pesados, como lo eran algunas antiguamente,
sino por el esfuerzo de leer más allá de trescientas páginas. Hoy se lee poco,
casi nada, aparte de los lectores cautivos que tiene cada uno de los famosos. Pero,
ojo, sus novelas no son largas. Son cuentos largos. Entonces a condensar, a resumir las ideas, las acciones,
decir mucho en poco. También ser transparente, borrar los claros oscuros… nadie
quiere acertijos… hoy hay que tomar de la mano al lector, guiarlo, no dejarlo
solo, ser su hermano mayor. Novelas de puertas abiertas. No hay tiempo, ánimo,
paciencia para releer ni siquiera en el momento de leer. Conozco una persona
que lee solo el final de las novelas y después hojea lo anterior. Reconozco que
me dejé llevar y me confundí. Cuando esto (estoy tocando mi cabeza) hervía como
nunca, yo también leía mucho sobre escritores, sus entrevistas, consejos y
posiblemente más alguno me advirtió sobre el asunto y no lo entendí… nada de novelas
largas menos de dos tomos. ¡Una locura! Ahora lo sé. Ahora, que mi escritor está cansado y confundido… sin embargo no pierdo mi fe en él… no la pierdo.
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