lunes, 24 de marzo de 2014

LA CASA QUE LLORA




             Mi madre amó su casa. Su casa donde crió y educó sus hijos, cinco esperanzas sobredimensionadas en su psiquis. Mi madre amó su casa y esta le retribuyó su amor dándole tranquilidad en sus últimos años. La casa de mi madre está triste. La casa de mi madre está llorando su partida. Quién le va entregar ahora el corazón como ella lo hiso. Quién acariciará sus paredes con tanto cariño. No podría ser de otra manera, esa casa fue un sueño que ella creo a fuerza de perseguirlo. Una casa que acercaba la realidad mi madre, la que ella soñaba, que sus hijos
estudiaran en Santiago. Mi madre cerró los ojos como un toro embistiendo una falsa ilusión. Pero nunca estuvo sola, su casa siempre le arrulló su sueño y al final de su tiempo, el de anciana solitaria. Siempre ella fue un lugar que mi madre acariciaba, que respiraba, que abrazaba. Su casa. Una casa que se dejo descontruír sin queja alguna. Perdió su fisonomía sin un solo reclamo. Y se entrego mansamente a los esfuerzos de mi madre.  Primero rincones donde prestar servicios a los vecinos, nunca amigos. Mi madre no tuvo amigas, ella servía, atendía y vivía y nos hacia vivir a nosotros. Mi madre no podía hacer otra cosa. No había una mano extendida para alivianar su carga… solo su compañera, su amiga, su casa. La que después de acabada ciertas etapas se dejó abrir, sin dolor ni pena, puertas donde no las había, techos, paredes, cerrar ventanas, romper paredes para formar lugares habitables reduciendo su propio espacio para tener de qué vivir. Y en esos quehaceres, ella, su casa, leal a toda prueba, su cómplice, su amiga, su ángel, su aval… nunca falló. Todos fallamos, ella… no.  La casa de mi madre fue su madre, su amiga, su parnert. Y hoy la casa de mi madre está llorando porque no la ve. No la ve recorrer sus espacios con paso cansado y lento. Ya no siente su mirada sobre sus paredes, sobre sus flores en los maceteros, ya no la ve en su mecedora. No escucha su voz. La casa de mi madre se quedó sin su hija y está llorando y nadie la escucha porque no quiere que sepan su angustia. Ella igual que mi madre no quiere lastima. La casa de mi madre busca a mi madre en silencio, con los labios apretados y el corazón galopando y no la encuentra. En la mañana mira su cama vacía y observa por el ventanal y solo ve su vieja mecedora sola, después seguro irá a la cocina y ésta estará silenciosa. Posiblemente con sus ojos llorosos recorrerá el living y no la verá como la vio toda una vida, sentada con sus ojos cerrados escuchando las palabras del pasado y… posiblemente desde ahí alargará la mirada y escudriñará desde el ventanal, ese rincón preñado de recuerdos pero solo estarán ellos a la sombra del ciruelo. Posiblemente una risa antigua y extraviada caerá de la rama más alta y desorientada se apagará en el suelo. La casa de mi madre está enojada, la casa de mi madre sabe la verdad. Siempre sus ojos comprendieron lo que vieron. También la casa de mi madre entiende que será vendida, que arreglaran su cuerpo y volverá ser joven y hermosa y deseada, pero también sabe que su alma no olvidará su tiempo ni lo vivido. La casa de mi madre sabe lo que es la lealtad y seguirá llorando por su madre, por su hija, por su amiga, por su compañera y posiblemente después de mucho tiempo, una noche cualquiera, cuando el recuerdo de que alguna vez una mujer muy anciana, ya sin nombre y que vivió ahí una vida entera, se halla borrado para siempre, alguien, un rostro sin nombre… despertará sobresaltado al oír un llanto tenue, suave, triste como el rosar de la hojas de los ciruelos, de las rosas, de las enredaderas. Y dirá entresueños… es el viento, sí, es el viento y volverá dormirse. Y de ahí en adelante y para siempre, eternamente, la casa de mi madre llorará más bajito. 

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